Wednesday, July 21, 2010

DESTINO: Salvador Dali y Walt Disney

Sen­ci­lla­mente una obra de arte que ve la luz gra­cias al nieto de Walt Dis­ney; Roy Dis­ney que la res­cato del sótano de la mega com­pa­ñía del ratón. Dalí y Dis­ney que linda dupla no?.

Aqui una des­crip­ción mas deta­llada de la gente de Taringa:

“Des­tino, la rela­ción de Sal­va­dor Dalí y Walt Disney:

He venido a Holly­wood y me he tro­pe­zado con tres gran­des surrea­lis­tas ame­ri­ca­nos: los her­ma­nos Marx, Cecil B. DeMi­lle y Walt Dis­ney” escri­bía Dalí a su amigo André Bre­ton en 1937. Ocho años des­pues, en 1945, cuando éste tra­ba­jaba con Alfred Hit­ch­cock en la adap­ta­ción de The House of Dr. Edwards, Walt Dis­ney con­trata a Sal­va­dor Dalí para la rea­li­za­ción de un tra­bajo jun­tos. El corto cine­ma­to­grá­fico deno­mi­nado Des­tino, el cual esta­ría incluido en una anto­lo­gia lla­mada Make Mine Music. Este cor­to­me­traje queda sin con­cluir debido a los pro­ble­mas eco­nó­mi­cos de la com­pa­ñia tras la Segunda Gue­rra Mun­dial y a su cárac­ter poco comer­cial del proyecto.

Según los infor­mes de David D’Arcy, Walt Dis­ney lamentó pos­te­rior­mente esa deci­sión. En 2003, tras ser res­ca­tado de los “sota­nos de la Dis­ney”, su sobrino Roy Dis­ney, que ahora dirige la divi­sión de la ani­ma­ción de la com­pa­ñía y el pro­duc­tor de Dino­sau­rio Baker Blood­worth, deci­die­ron res­ta­ble­cer el pro­yecto al con­tar con el guión ori­gi­nal, los “story boards” y el tema musi­cal ori­gi­nal. Des­tino es una pelí­cula del seis minu­tos diri­gida por Domi­ni­que Mon­frey, “se ins­pira en una melo­día del mexi­cano Armando Domín­guez, que sir­vió a Walt Dis­ney para ima­gi­nar el argu­mento musi­cal del corto. Par­tiendo de la com­po­si­ción de Domín­guez, con una letra escrita por Ray Gil­bert e inter­pre­tada por Dora Luz, el pro­duc­tor aspi­raba a la crea­ción de una espe­cie de poema amo­roso audio­vi­sual” (Vivianne Loría “Dalí redi­vivo” LAPIZ Revista Inter­na­cio­nal de Arte nº 205 , julio 2004), des­pro­vista de diá­logo y sin una his­to­ria definida.

Dis­ney lo defi­nió como “una sen­ci­lla his­to­ria de amor, donde el chico encuen­tra a la chica”, pero éste es un “relato cuya narra­ti­vi­dad es for­zada a enca­jar en los sím­bo­los ya anec­dó­ti­cos de la ico­no­gra­fía dali­niana, es, como com­pete a la psi­co­lo­gía de la ani­ma­ción Dis­ney, sim­ple y directo. Se trata del amor, y se desa­rro­lla como una danza inter­pre­tada por una figura feme­nina sur­gida de la arena de un paraje desolado del más reco­no­ci­ble estilo Dalí. La mujer, con el aspecto ado­les­cente y los gran­des ojos pro­pios de las heroí­nas de la Dis­ney, se des­liza eté­rea ves­tida con un traje vapo­roso y romántico.

Una gran pirá­mide de pie­dra en medio del extraño desierto mues­tra un alto­rre­lieve, una figura mas­cu­lina sin ros­tro apo­yada en un reloj. La danza de la mujer le incita. Ella ve des­va­ne­cerse lo que parece una escul­tura, un retrato mas­cu­lino, qui­zás la encar­na­ción de un sueño román­tico. Enton­ces sube a una torre que alberga extra­ños ojos con esmo­quin y su ves­tido se enreda y se des­liza deján­dola des­nuda, al tiempo que se acu­rruca en una cara­cola. La figura de pie­dra lucha por libe­rarse de las cade­nas del inexo­ra­ble paso del tiempo, sim­bo­li­zado en el reloj y la pie­dra… La vida y el amor some­ti­dos a la estricta con­di­ción efí­mera de lo humano. Ella se funde en la som­bra soli­ta­ria de una cam­pana, apro­pián­do­sela como si fuese un ves­tido. Él y ella se bus­can, pero no logran encon­trarse, sepa­ra­dos por la pie­dra, por el desierto, por el des­va­ne­ci­miento o por el cre­ci­miento agre­sivo de una arqui­tec­tura fan­tas­mal a su alrededor.

La figura libe­rada de la pie­dra, las hor­mi­gas en su mano que se con­vier­ten en ciclis­tas con un pan en la cabeza, la trans­for­ma­ción de la escul­tura en beis­bo­lista, son muta­cio­nes que res­pon­den a la para­lela meta­mor­fo­sis de la mujer, tan pronto trans­for­mada en diente de león cuya cabeza se des­gaja, como en cam­pana. Dos gro­tes­cas tes­tas de cue­llos des­ga­rra­dos son trans­por­ta­das por enor­mes tor­tu­gas sobre sus capa­ra­zo­nes en la única secuen­cia ori­gi­nal rodada en la época en que se plan­teó el pro­yecto. Al encon­trarse en el hori­zonte, el espa­cio entre las cabe­zas dibuja la figura de la cam­pana a modo de bai­la­rina, coro­nada por una pelota que des­cansa a lo lejos, en el pai­saje. La pelota del beis­bo­lista es la cabeza de la mujer… Pero cual­quier movi­miento es más con­fuso que el ante­rior, y el acer­ca­miento se frus­tra. Y la aven­tura solo sirve para que todo acabe más o menos como al prin­ci­pio. El hom­bre de pie­dra, y la mujer como una cam­pana, per­di­dos ambos en un desierto desolador”.

(Texto: Juan F. Moli­nera Caracuel)

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